lunes, 11 de abril de 2016

Sortilegio


Era una hermosa niña, 
Sus ojos, cual ruiseñores,
Absorbían hasta los más profundos sueños,
Mientras, ¡Ah!
Como no enamorarse.
Su nombre…
Ese nombre sublime,
El que se convierte en el único diccionario,
En el vocabulario que su corazón pronuncia,
Y del cual sólo sus labios hablan.
Sus ojos…
Esos que hipnotizan con cada mirada,
Los que como lumbreras,
Iluminan la profunda tristeza
De un alma que se encuentra en soledad,
Para sacarla del oscuro foso,
Con su luz cual rayo de sol.
Y qué decir, si el viento celoso,
Se concentra en posarse en tus dulces mejillas,
Mientras celoso yo miro como toca tu rostro,
Con caricias tan suaves que tus mejillas sonrojan.
Y al viento respondes, en besos de amores,
Con cada respiro que llegan al profundo del alma,
Capaz de dar vida, mientras robas la mía,
Al mirarte lejana entre alas del viento.
Y su boca manjares,
Dulce panal que destila pureza,
Miel que enamora, adictiva y que sana,
Cual manantial que refresca, mientras sacia la sed,
De quien de ansias ocultas desea tu amor.
Esos labios…
Paraíso supremo donde se esconden los dioses,
Morada celeste de la eterna vida,
Que enciende en delirios y quema el alma,
Del ser enamorado que se acerca a su fuego.
Así es la niña descubierta mujer,
En una noche de juegos en que miradas animan,
En la claridad de la luna, entre abrazos cruzados,
Contemplando su efigie más sagrada que el tiempo,
Y que arrebata los sueños en cada mirada
De sus ojos marrones que entre claros y oscuros,
Enciende en amores a quien los contempla,
Descubriendo su encanto y sacra presencia,
Aunque sea alejado entre las alas del viento,
Que enmarca su presencia en el fondo del alma,
Descubriendo la niña en una tierna mirada,
Que de amor te lleva a la agonía,
Entre eternos suspiros que te dagan perpetuos.

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